El problema con la opinión

Una de las cosas que primero aprendí no mucho después de marcharme de España es a no hacer comparaciones. Es algo instintivo, todos lo hemos hecho cuando visitamos otro país. En España esto, en este otro país lo otro. Esto suele ir acompañado de un “mejor” y un “peor”. Pues bien, antes de que dejara de comparar, una de las diferencias que observé en mis primeros años fuera es la predilección de los españoles por la opinión. Nos gusta dialogar, intercambiar opiniones, sin necesidad de lanzar datos leídos en una pantalla de móvil. Era una de las cosas que inmediatamente eché de menos cuando me marché: las horas que se pasaban volando dialogando con amigos, la capacidad de construir pensamientos lógicos para convencer, argumentar, discutir, o simplemente estar de acuerdo. Esta cualidad que considero tan española, la de opinar, se refleja diariamente en los medios de comunicación, y particularmente en las tertulias radiofónicas.
De vuelta en Sevilla, tras mi periplo de dos décadas por los Estados Unidos, una de las primeras cosas que hago al levantarme es sintonizar mi emisora de radio habitual. Y por supuesto, en la mañana, toca la clásica tertulia. Es una fuente de opinión muy válida, a veces enriquecedora. Para mí, ha sido una vuelta a mis orígenes. Durante mi adolescencia me aficioné a las tertulias de la radio, entre otras las de Luis del Olmo e Iñaki Gabilondo. Había una tertulia a eso de las 23h, de cuyo nombre ya no me acuerdo, donde tres periodistas compartian lo último sobre la posible dimisión de algún ministro del gobierno de González, y me mantenía pegado a la radio todas las noches. Y cómo olvidarme del eterno Manuel Delgado, en la tertulia de Julia Otero, chocando con Juan Adriansens, y sus formas de desafiar modos de pensamiento convencionales. Como solía decir por entonces, “la mayoría de lo que sé, lo sé gracias a la radio”. Sin embargo, ahora, a mi vuelta a Sevilla y ya con casi 50 años, no escucho las tertulias con los mismos oídos. No creo que las tertulias en sí hayan cambiado mucho. Más bien soy yo el que ha pasado por un proceso de “des-españolización”, al final del cual veo la opinión con cierto recelo.
Escuchando las tertulias radiofónicas (y probablemente las televisivas, pero estas no son las que me ocupan hoy), inevitablemente te das cuenta de algo: los tertulianos de turno son expertos en todo. El tema de conversación da igual. Ya pueden estar hablando de vacunas, las lluvias, política nacional o internacional, migraciones, geopolítica, historia, educación... lo que se encarte. Y, realmente, no culpo a los tertulianos. Es su trabajo (probablemente mal pagado): documentarse lo más rápidamente posible para hablar del asunto del día, tener una opinión formada, y a ser posible que dé la casualidad de que no todos piensen exactamente lo mismo, o esto va a resultar un poco aburrido.
En pocas ocasiones se ha hecho esta realidad tan evidente como en la era del segundo mandato de Donald Trump. El que más y el que menos sabe muchísimo de los Estados Unidos, su política, cultura, sociedad, electorado, economía, historia, y cualquier otro aspecto del que toque hablar. Yo, que creo conocer los Estados Unidos un poco, no salgo de mi asombro diariamente. Últimamente toca ser expertos en aranceles y tratados de libre comercio –por cierto, todavía recuerdo un tiempo en el que la izquierda se oponia a los tratados de libre comercio, hoy aparentemente incuestionables–.
El tiempo que dedican los medios de noticias españoles a los Estados Unidos es extraordinario. Como alguien que trabaja para un medio de comunicación estadounidense, esto me llama muchísimo la atención. Día tras día, informativos abren con lo último que ha dicho el presidente Trump. Y las tertulias, por supuesto, son inundadas por todo tipo de opiniones sobre los motivos que hay detrás de este extraño momento en la historia de los EEUU que estamos presenciando. Uno de mis momentos favoritos siempre se da cuando un tertuliano se lanza a hablar del electorado de la “América profunda”, la que ha votado al presidente Trump. Y claro, yo no puedo evitar preguntarme si este tertuliano ha puesto un pie en... Wisconsin, por ejemplo, o si lo ha puesto por más de cuatro días. O quizás se ha leído unos artículos al respecto en la prensa estadounidense y está interpretando magníficamente a un experto en la radio.
Esta aparente preocupación por los Estados Unidos inevitablemente se traslada a la vida diaria. Muchos de los que me rodean me preguntan por el presidente Trump. Todos parecen tener una opinión –algunos suenan como auténticos tertulianos–. Parecen conocer tanto los entresijos de la política estadounidense como los movimientos del S&P 500 en respuesta a los aranceles. Yo no sé muy bien qué esperan de mí. ¿Más opinión? O quizás La Opinión, con mayúsculas, ya que, como alguien que porta pasaporte estadounidense, debo de saber mucho del tema y por lo tanto ser capaz de cerrar de una vez por todas el incesante debate.
Realmente, no tengo gran cosa que ofrecerles. Para empezar porque, como periodista, he aprendido a cuidarme mucho de expresar opiniones sobre política. A ver... Si el presidente Trump quiere poner aranceles hasta a la República de Fiyi creo que está en su derecho. No es que yo esté de acuerdo, pero el hombre puede hacer lo que considere oportuno en su país mientras no sea inconstitucional. Su electorado ya le pasará factura... o no –y que conste que a mí los aranceles me afectan directamente–. Pero los tertulianos españoles están muy enfadados con el señor Trump y lo que está haciendo. Mientras tanto yo no paro de salir de mi asombro. ¿A qué viene tanta preocupación por otro país? ¿No hay cosas más importantes en el mundo de las que hablar? Y sobre todo... ¿Cómo pueden ser todos los tertulianos expertos en tantos aspectos de los Estados Unidos?
Por supuesto, estas preguntas son parcialmente retóricas: los EEUU llevan ejerciendo un dominio cultural, económico e informativo sobre el resto del mundo desde hace décadas. Y muchos han admirado este dominio. Supongo que la reacción a las acciones del presidente Trump es previsible: decepción, enfado, perplejidad. Quizás todo esto forma parte de un proceso natural de desvinculación. Lo que me pregunto es cuántas más semanas y meses tendremos que escuchar hablar constantemente del tema. No tengo duda de que el señor Trump se sentiría orgulloso si se enterara de que es el foco de atención constante en otros países, al otro lado del océano.
Obviamente, la opinión en los medios de noticias no es algo exclusivo de los medios españoles. Y para ser justo, he de reconocer que a menudo los tertulianos hablan con conocimiento profundo de la materia, no siempre están improvisando una opinión. Pero hay dos características de la opinión en la radio española que resultan evidentes, y quizás problemáticos. Lo primero es que la radio española depende considerablemente de las tertulias. Esto puede ser achacable a una realidad bastante simple: una tertulia es contenido de bajo coste –o al menos, comparado con enviar a tres periodistas a cubrir un tema durante una o dos semanas, para terminar con apenas 30 minutos en el aire–. Esto no es un secreto: El periodismo de calidad es caro, y muy pocos medios se lo pueden permitir.
La segunda característica es que la opinión no siempre se etiqueta claramente para la audiencia. Escuchamos frecuentemente a presentadores y presentadoras de programas de noticias vertiendo opiniones, mezcladas a menudo con información. Entiendo que la transparencia tiene un valor muy importante, y que vivimos en tiempos críticos, quizás históricos, en los que hay que remangarse y ponerse a defender la democracia y la verdad sin tapujos. Entiendo que a las personas y los políticos que defienden una serie de “hechos y verdades alternativas” no se les combate con la inofensiva “objetividad” tradicional –como dice el dicho popular en inglés, es como “traer un cuchillo a un tiroteo”–. Pero creo que la crisis de confianza en el periodismo no se resuelve con más opinión. No he venido a dar una solución a esta crisis, tarea que me queda muy grande, simplemente a realzar los valores del periodismo tradicional, que todavía pueden valer para combatir esta era de desinformación elevada a un nivel desconocido.
El viernes pasado encendí la radio por la tarde, algo que no suelo hacer últimamente. Justo antes de hacerlo le dije a mi pareja: “¿Qué nos apostamos que están hablando de Trump?”. Para mi sorpresa, había una periodista independiente hablando sobre la gestación subrogada en Ucrania. No hacía falta escuchar mucho tiempo para darte cuenta de que esto no era opinión –eran las conclusiones de una investigación periodística de las que llevan tiempo–. Nos quedamos pegados a la radio, reaccionando a los detalles, datos, y pormenores. Y por un momento, me reconcilié con la radio española. Por un momento, no hablaban de los Estados Unidos, y los tertulianos se tomaban un merecido descanso.
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